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A Don Pedro el Grande

Por Ramón Peralta

La tarde de este 19 de Julio sentimos que el cielo se alejaba de nuestra tierra, y algo en nuestro corazón nos susurraba que una luz brillante y positiva acababa de abandonar este mundo, dejándonos envueltos en una tristeza profunda. Parecía como si una gran energía, llena de sinceridad y autenticidad, se desvaneciera de nuestro entorno, dejando un vacío imposible de llenar.

En esa tarde gris, nos despedimos de un ser humano excepcional, un gigante de la sinceridad, la amistad y la solidaridad: don Pedro. Su partida dejó un hueco en nuestras vidas, ya que fue un amigo leal, educado, siempre dispuesto a ayudar, y su comportamiento siempre estuvo marcado por una elegancia sin igual.

Un compañero de trabajo, con los ojos llenos de lágrimas, expresó la dura realidad de que una enfermedad implacable le había arrebatado la vida a nuestro querido don Pedro. Pero yo me rehúso a decir que perdió una batalla, porque Pedro pertenecía a una estirpe moral superior. Optó por no aferrarse a un mundo donde la falsedad y la hipocresía son moneda corriente. Donde el miedo convierte a muchos en cobardes, y la ambición desmedida lleva a sacrificar principios éticos. Un mundo donde la mentira, la manipulación y la arrogancia se imponen con desfachatez.

La grandeza de este hombre íntegro no necesita de este mundo para perdurar, pues sus ideales patrióticos y principios éticos han quedado inmortalizados como un legado de vida honesta para las generaciones venideras.

Uno de los días más gratos en mi lugar de trabajo fue cuando don Pedro me eligió como uno de sus amigos. Ese gesto fue un honor que la vida me concedió, y siempre estaré agradecido por haber compartido su amistad y su sabiduría.

Se fue el profesor don Pedro, quien enseñba con amor el idioma de Shakespeare,  en su viajes  de trabajo a los Estados Unidos traduciaa  y hablaba el ingles con la musa poetica de Walt» Whitman y el ingenio de Edgar Allan Poe

Esta tarde, cuando recibimos la noticia devastadora, solo cinco días después de enterarnos de su enfermedad, sentimos el dolor de su partida, a pesar de saber que fue una decisión tomada desde lo más íntimo de su ser. Don Pedro fue un verdadero gladiador, y su espíritu indomable no se dejó vencer por la enfermedad. Creo que fue él quien permitió que esa dolencia lo llevara a un lugar donde el sacrificio, la humildad y la decencia no fueran aplastados por la arrogancia, la prepotencia y el egoísmo.

Hoy, mientras lo recordamos, se encienden en nuestro corazón las llamas del agradecimiento por haber tenido la bendición de conocer a un ser humano tan extraordinario como Pedro. Que su luz continúe guiando nuestros pasos y que su ejemplo de integridad y valentía nos inspire a ser mejores personas cada día.

Descansa en paz, querido Pedro, y que tu legado perdure eternamente

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