Por Ramón Peralta
El noveno muerto que en realidad era décimo fallecido fue un ingeniero con algunas deudas producto de los derroches en los que había incurrido para mantener contenta a su esposa.
La defunción del décimo muerto fue en Santo Domingo Este donde el periodismo es casi inexistente y la opinión que se publica son los chismes políticos en contra del alcalde u otra figura de relevancia y los verdaderos periodistas del municipio son eclipsado por supuesto comunicadores que se dedican al asesinato de figuras públicas que no pagan peajes y la prensa de la capital solo se interesa por noticias con medias verdades que perjudiquen a cualquier político que no aporte a sus intereses.
Nueve horas antes de su muerte, el ingeniero presentía que esa tarde sería trágica y le dijo a su esposa Martha que no saldría de la casa esa noche, y que debían suspender el viaje a la boda de un amigo en Boca Chica.
Le explicó a Martha el pronóstico del tiempo, donde dos fenómenos con abundantes lluvias afectaban la parte sur del país, y que no debían arriesgarse a tomar la carretera para asistir a una boda donde no sabían si eran invitados o no. El ingeniero recordó a su esposa que Joaquín lo había invitado verbalmente a la boda cuando se encontraron por casualidad en una plaza comercial fuera de su alcance económico. Martha había fingido ante la novia de Joaquín que ella y su esposo estaban de compras. Lo que más recordaba el ingeniero de ese día no era la invitación a la boda, sino que tuvo que exprimir su tarjeta de crédito en una tienda muy costosa para complacer el ego de Martha, quien se engañaba a sí misma pensando que era rica.
A las 8:29, el ingeniero Juan Ramírez Familia estaba agonizando en el pavimento mojado de la carretera La América. No había sufrido golpes en la cabeza, pero todos los órganos internos de la costilla hacia abajo colapsaron. Esto ocurrió después del choque, cuando los jóvenes que lo auxiliaron le robaron dinero y saquearon el carro, dejándolo abandonado en la carretera. Un artista urbano que conducía un vehículo todoterreno, bajo los efectos de un polvo blanco, le pasó las dos ruedas derechas por encima de la cintura sin darse cuenta.
En esos últimos minutos, cuando la muerte lo llamaba desesperadamente, recordó algunos momentos que marcaron su vida. En su niñez, su padre, un hombre con una vida cómoda, se negó a inscribirse en un seguro de vida porque no quería que su esposa gastara el dinero de la póliza con otro hombre. Tres meses después de ese acontecimiento, su padre murió cuando le cayó un rayo mientras sostenía relaciones sexuales con la mejor amiga de su madre.
Después de la muerte de su padre, don Arquímedes Ramírez, su madre y sus nueve hermanos comenzaron a pasar hambre, llegando al punto de comer al azar. Una noche, su hermana mayor, desesperada por el hambre, se quitó la vida con veneno para ratas. Años después, se enteró de que estaba embarazada del marido de la tía y que ese hombre le había dicho que abortara o se suicidara. Ella, como joven obediente, hizo ambas cosas.
En su adolescencia, Juan Ramírez se enamoró de Martha Ogando, una chica dos años menor que él. La mañana en que Juan se iba a vivir a la capital, le pidió a la joven que fuera su novia, pero ella, que odiaba la pobreza, lo rechazó. Al mismo tiempo, le dio un beso de despedida, sembrando la semilla de la esperanza con una frase que lo impulsó a estudiar y convertirse en ingeniero. Antes de partir, Martha le dijo: «Cuando tengas dinero para comprarme una casa, ropas decentes y sacarme de este pueblo, búscame».
En la capital, se levantaba a las 4 de la mañana para buscar agua en una cisterna de la planta de combustible. Cuidaba al niño menor de su tía cuando los demás despertaban, hacía los mandados, limpiaba la casa, fregaba después del almuerzo y en la noche, al regresar de la universidad, fregaba los utensilios de la cena. Conseguía el pasaje de la universidad los sábados y domingos lavando carros. Siempre le daba la mitad de lo que ganaba a su tía, pero a veces ella le exigía más. Cuando eso sucedía, el dinero no le alcanzaba para pagar los pasajes de la semana y en ocasiones, regresaba a pie desde la universidad a casa.
Faltándole 48 segundos para encontrarse con la muerte, sonrió al recordar el día en que su tía, el marido de ella y sus primos se intoxicaron con un pescado que cenaron. La ambulancia llevó a los primos y a la tía en estado crítico, mientras que el marido de su tía fue trasladado en un carro fúnebre hacia una famosa funeraria que le serviría al occiso como su antesala al infierno.
En la clínica, el médico, sorprendido de que Juan fuera el único que no había resultado afectado por el pescado, se preguntó a sí mismo en voz alta: «¿Por qué a este muchacho no le pasó nada si comió del mismo pescado?» Angelito, el primo más pequeño, respondió de manera inocente: «Es que a Juan siempre le dan el pedacito más pequeño de carne y mami le dio una migaja tan pequeña de pescado que no podía hacerle daño».
El día que se casó con Martha, se vio obligado a adelantar la fecha porque la barriga de ella delataba un embarazo de más de cinco meses. A las dos semanas de casados, nació Miguelito, un niño de piel muy clara con 7.5 libras. Como en República Dominicana solo se cuestiona la paternidad cuando el niño es más oscuro que el padre, todos estaban felices a pesar de que Juan era mulato y Martha tenía la piel de tono canela.
En el instante que iba a cerrar los ojos para despedirse de este mundo pidió a la muerte varios segundos más de prórroga para recordar la última conversación con su esposa y se dio cuenta que había caído en una trampa al hacer ese viaje que lo condujo a la muerte.
Cuando el ingeniero le explicó a su esposa el peligro que podía ocasionar la lluvia al túnel del héroe banilejo y que su amigos Joaquín había denunciado meses que le hacía falta manteniendo, ella le respondió
–Si tiene miedo cruzar por el túnel no tiene que irte por la avenida de la patria, además el día que te vaya a morir puede fallecer en el lugar que menos tú imaginas.
Aun con la insistencia de su esposa, el ingeniero estaba decidido a quedarse en la casa, pero ella dijo una frase que lo convenció.
-Papi por favor llévame a la boda que no pasará, hasta el mismo director del COES va para un cumpleaños y sí ese que es amante de buscar cámara en medio de tormenta se va para una fiesta es porque no pasará nada.
El ingeniero meditó esas últimas palabras de su esposa y dijo para sí mismo que su esposa tenía razón, no había motivo para ser paranoico, el señor que dirige el comité de emergencia se pasa más de la mitad del año vago y cuando hay un ciclón es la única ocasión en que tiene su momento de gloria, ese señor no vas a desperdiciar la oportunidad de alarmar a la población para el brillar., además al gobierno le conviene hacer alarma a ver si con cualquier lluvia declara medio país en estado de emergencia para asegurar que el dinero público se pueda invertir en la reelección sin restricciones.
Luego de ese análisis que hizo en voz alta le dijo a su esposa – Alístate que iremos a la boda.
Mientras Martha se maquillaba para asistir a la boda un temor de perder la vida se apoderó de ella y sus pensamientos se volvían cada vez más angustiante recordando las improvisaciones del gobierno, el deseo desesperado de los funcionarios por reelegirse y le surgió una pregunta que le dejó paralizada ¿Y si ellos quieren que todo el mundo se descuide para que surja un verdadero estado de emergencia? Ante de surgirle una segunda interrogante le entró una breve llamada telefónica que la convenció de quedarse en la casa.
Cuando la voz de su esposo dijo –Vámonos. Ella respondió vete solo, que tengo un leve mareo. Él quiso quedarse, pero fue tanto la insistencia de su esposa que se fue solo.
Cuando el ingeniero llegó al club de la boda lo encontró desolado. Llamó varias veces a Joaquín, pero el hombre que se casaba nunca respondió la llamada de regreso a su casa las luces del carro no podían alumbrar bien la carretera, porque la intensa lluvia y la oscuridad de la noche habían ahogado los focos del vehículo, pero no podía dejar de responder la llamada de Joaquín quien hablo sorprendido de que no supiera que la boda se había suspendido por mal tiempo.
La voz de Joaquín le hizo perder el equilibrio del volante cuando le dijo: «-Yo hablé con tu esposa hoy y le informé que la boda se había suspendido. El choque contra un árbol lo dejó un poco mareado y aún con el teléfono en la mano colgó la llamada de su amigo y abrió el documento PDF del WhatsApp que hasta ese momento no se atrevía a leer. La prueba de ADN entre él y su hijo había salido negativa. La impresión lo hizo perder el conocimiento y abrió los ojos cuando sintió el peso del vehículo todo terreno pasarle por arriba de la cadera y la cintura.
Juan Ramírez murió en el anonimato; ningún medio se hizo eco de su muerte, ni siquiera fue contado entre las víctimas del fenómeno atmosférico. Su velatorio fue breve; la esposa, con gran esfuerzo, logró expulsar algunas lagrimitas sociales.
El lunes, contratistas y funcionarios brindaban por las ganancias políticas y económicas que iban a conseguir con el estado de emergencia. Martha, a su llegada del cementerio, se encerró en su casa. Luego de salir de la ducha, sacó un documento que tenía en el closet. Inmediatamente se sirvió una copa de un espumante y mientras leía la póliza millonaria del seguro de su esposo, levantó la copa. Pero no sabemos si brindaba por la llamada que la salvó del accidente o si brindaba por el noveno muerto, que en realidad fue el décimo o tal vez el número once o doce de ese fatídico sábado.