Fuente BBC News Mundo
Gustavo Petro y Francia Márquez hicieron historia este domingo en Colombia.
El primer presidente de izquierda del país y el primer costeño llegará a la Casa de Nariño de la mano de la primera vicepresidenta afro de la historia.
Esa dupla, de la coalición Pacto Histórico, obtuvo más de 11,2 millones de votos, una cifra también histórica, y derrotó a Rodolfo Hernandez y Marelen Castillo, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción.
Su elección, además, supone un cambio en la manera de llegar al poder en un país que ha estado gobernado históricamente por hombres blancos de élite y urbanos.
Por primera vez una mujer afro llegará a la casa presidencial. Márquez representa y encarna la lucha colectiva por la igualdad de género y étnica. Su vida misma es el reflejo de eso, de ahí que para conocer su historia sea clave detenerse en el lenguaje que ella misma usa.
Márquez tuvo que interrumpir muchas veces sus estudios. A veces no tenía con qué pagar el semestre, o no podía dejar de trabajar para dedicarse a estudiar. Le tomó muchos años concretar su sueño de ser abogada.
En el camino hizo de todo. Hasta trabajó como empleada doméstica en casas de familias en Cali y sorteó el desplazamiento y las amenazas que le llegaron por cuenta de su liderazgo en la comunidad.
Hasta que en 2020, a sus 38 años, pudo graduarse como abogada de la Universidad Santiago de Cali con una tesis laureada sobre racismo estructural.
Su entrada a la política ocurrió dos años antes. En 2018, después de ganar el Goldman, fue candidata a la Cámara de Representantes del Congreso por las comunidades afrodescendientes, pero no obtuvo puesto.
Dos años después y con su título de abogada en mano, anunció su precandidatura a la presidencia de 2022 dentro de la coalición Pacto Histórico. No logró recoger las firmas suficientes para presentarse por su cuenta, así que el partido político Polo Democrático le dio el aval para continuar.
Ella ha dicho que habla y se comporta como la gente de a pie, como la gente que tiene «las manos callosas» de trabajar, porque para esperanza de unos y desconfianza de otros, la vicepresidenta electa representa a una Colombia que habla distinto, que ha crecido lejos de los centros de poder y que ha sobrevivido en carne propia a una guerra de décadas. O como ella dice: representa a los nadies y las nadies del país.
Pero, ¿cómo esta mujer de 40 años logró llegar desde las minas de oro artesanales en el norte del Cauca, hasta una oficina en la Casa de Nariño en Bogotá?
Francia Márquez nació en Yolombó, una vereda del municipio de Suarez, en el departamento del Cauca. Es una región en el suroeste del país que está habitada principalmente por comunidades afrodescendientes e indígenas.
Su mamá es partera, una tradición que aprendió de las abuelas y que, según ha dicho Márquez, le enseñó desde niña a ver su territorio como un espacio de vida. Es tal la conexión que tienen las comunidades afro con su tierra que cuando un bebé nace, entierran su ombligo para que se arraigue y crezca con la fuerza del lugar.
De ahí que la nueva vicepresidenta use frecuentemente la palabra ubuntu, que significa «soy porque somos» y que hace parte de la filosofía africana.
A los 16 años tuvo su primer hijo y se convirtió en madre soltera. Para buscarse un sustento trabajaba como minera artesanal.
Como ella, muchas personas con linternas y bateas en mano se internaban en las minas a orillas del río Ovejas en busca de un poco de oro para venderle al mejor postor.
En la comunidad de Márquez, como ella ha contado, la gente ve el río Ovejas como la fuente de subsistencia. Como padre y madre al mismo tiempo, es muy respetado y cuidado.
Por eso en 2009 cuando apareció un proyecto para desviar el cauce de ese río hacia una represa cercana, empezó su activismo.
«Eso implicaba que las mujeres no podían seguir trabajando y ese era su sustento. Así que la vida misma llevó a Francia a un rol de liderazgo, no creo que haya sido algo planeado; simplemente haber sufrido en carne propia el tema de la discriminacion, haber sido madre soltera muy joven, la llevó allí», dice García.
Además del desvío, se entregaron títulos de minería a empresas multinacionales que iban a desalojar a la población para poder empezar el negocio.
Era 2009 y Márquez decidió entonces poner una acción de tutela que fue negada dos veces hasta que lograron que la Corte Suprema la revisara. El máximo tribunal le dio la razón a la comunidad: la empresa no había hecho consulta previa ni había seguido el debido proceso, por lo que se frenaron los títulos de minería.
Ese primer logro la posicionó como una líder local. Fue su primer paso político sin quizás darse cuenta.