Por Ramón Peralta
La última vez que vi a la Chama en una actividad del partido oficialista, su impresionante cuerpo le sobresalía de la capota de un todoterreno que participaba en esa caravana de lujosos vehículos.
Esa noche la Chama entró a una cabaña de la ciudad donde se quita el agua y se pone el sol con un supuesto diputado de la provincia más habitada del país, ella hizo su mejor trabajo a pesar de la repulsión que sentía por ese legislador, que ni siquiera se echó un poco de agua después de pasarse el día completo en reuniones y caravanas.
El supuesto legislador había tomado una pastilla azul de la original, quería sentir la satisfacción de triunfar en el cuerpo de una venezolana y darle una pela similar a las que, en años anteriores, Leonel y Danilo le dieron al PRM.
La Chama no dudó en permitir que ese ojos de loco invadiera sin piedad su cuerpo, porque ella estaba ahorrando para comprarle una casita a su madre.
La joven no podía aguantar el fétido olor que le salía de la boca al fumador oculto y con una sonrisa coqueta se puso de espalda.
Con sadismo salvaje le aplicó la puñalada del venado a la muchacha que podía ser su hija menor.
Cuando el supuesto legislador llegó al cielo de manera triunfal, en medio de su más placentero acto de plomería, ella fue a bañarse. Mientras el agua caía por su cuerpo, ella vomitaba de manera discreta. Dentro de sí juró no volver a tirarse arriba a ningún individuo por dinero, ni siquiera por una Porche.
El sujeto abrió su cartera y cuando vio el verdadero nombre de la Chama, se paró en la puerta del baño y en tono enfurecido le dijo.
-Eso es lo que tu vale. Le arrojo un billete de mil pesos y se marchó
Al otro día la Chama me llamó para decirme que se retiraba de las caravanas del partido gobernante, aunque me sentí un poco triste por la noticia, también yo deseaba que el partido suspendiera a todas las bailarinas y se eliminara esa opulencia que tantos votos le restaba a esa organización política.
Las extranjeras participaban encima de lujosos vehículos lleno de todos tipos de picaderas, bebidas y un buen pago por actividad, al lado se observaban sudorosas compañeritas que corrían al ritmo de los vehículos, tratando de entregar volantes que ni los simpatizantes del partido gobiernista querían recibir.
El desfile de chicas venezolanas y colombianas en ropa sexis y bailando con movimientos ´pélvicos era un espectáculo que enfurecía a las militantes de esa maquinaria electoral, quienes habían dado su juventud por un partido que desde el poder prefería darle los privilegios a chapiadoras y extranjeras, que ni siquiera irían a votar.
Cuando pasaban por un barrio muy pobre, las bailarinas suramericanas y acompañantes lanzaban golosinas a grupos de niños y ellas se reían de manera burlona al ver a los infantes pelear por un dulce.
Los militantes masculinos se desanimaban en cada actividad que veían ese derroche de combustible en compañía de chicas muy caras e inalcanzable para un obrero político de la base.
Los votantes pendulares sentían asco y nausea por ese derroche de recursos que le restregaban al pueblo en cada caravana del candidato oficialista.
El jueves pasado quedé paralizado por el sonido de una linda voz que me habló, mientras yo miraba vitrinas de una plaza, fuera del alcance de mi bolsillo.
Era la hermosa Chama. Ella me contó que luego de renunciar a las caravanas del oficialismo, se acercó a un popis del cambio, con una carcajada me dijo que no se molestó en ir a votar y que tanto ella como su familia están guisando en el gobierno del cambio.
Aprovechando su buen estado de ánimo le hice una pregunta indecente:
-¿Por qué el diputado se molestó contigo, sí supuestamente había gozado de tu cuerpo?
Ella sonrió y me dijo: –Ese cerdo descubrió mi secreto y se lo agradezco.
Mi curiosidad entró en aumento y sin palabras de adorno le pregunté:
-¿Cuál secreto?
-Cuando me estaba bañando, el buen atrevido se puso a revisar mi cartera y descubrió que no soy venezolana, que soy de un campo de una provincia tirapiedras, llamado Peralta de Azua.
La Chama y el diputado
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