Las desesperante compañía de su mujer

Ramón Peralta

La vida de Luis sufre toda la tarde la angustia de ser detenidos por violentar el toque de queda y exponerle  a sus 58 años al covid-19.

Luis nunca ha caído preso y después de lo que le pasó a su vecino Francisco su miedo a ser detenido  ha ido en aumento.

A finales de noviembre Francisco llegó a la casa y su esposa le contó que se le había acabado la leche al nieto de un año que se pasaba el fin de semana con ellos, mientras que la madre del niño  estaba en un resort con un novio menor que ella.

La mamá del niño sabia que sus padres atenderían al nieto mejor que ella y por eso cogió un préstamo para disfrutar su fin de semana  con su  nuevo novio.

El señor Francisco tomó de nuevo su mascarilla y solo un supermercado de la plaza más grande de Los Mina estaba abierto, ya que cerraba  justo en el horario de toque queda.

Faltando 30 minutos para cerrar solo era tomar la leche, pagar y en 10 minutos llegar a la casa, pero la fila a la caja era más larga que el camino al infierno.

Llamó a su esposa para decirle que no iba a comprar la leche, pero la doña le dijo que el niño estaba llorando por su leche y de manera imperativa le dijo que no se apareciera sin el lácteo.

Esa noche el niño no bebió leche, cenó un puré de papa con jugo y se durmió tranquilamente, mientras Francisco estaba en una celda de 12 metros cuadrados por violar el toque de queda.  Junto a 15 presos sin mascarilla, no podía dormir por el calor y la tos incesante de uno que agarraron con 8 piedras de crack

Otro preso gritaba porque no aguantaba el frio a pesar del calor que hacía.

Al otro día no pudo salir porque a nadie se le ocurrió averiguar sí estaba preso, el celular se le había apagado y no recordaba de memoria ningún numero.

Por suerte al segundo día un conocido cayó preso y al identificarlo llamó al barrio e informaron  a su esposa que estaba preso.

Luego de gastar 7 mil pesos en sacar el vehículo y pagar la multa, regresó a su casa, pero no era el mismo.

Una semana después moría Fráncico de un paro respiratorio, luego de días con fiebres, dolor de garganta, de cuerpo y perdida de olfato y gusto. No les hicieron  la prueba, pero todos saben que fue del Covid-19 y que se le pegó en la cárcel.

Desde la 4 de la tarde comienza el desasosiego de Luis, quien teme caer preso en medio de un tapón.

A la 5:00 pm los usuarios del metro luchan desesperadamente por montarse y llegar a sus viviendas, las filas se vuelven interminables y cuando se está acercando la seis cunde el pánico entre los pasajeros.

En ese momento a nadie le importa un carajo el Covid, solo quieren llegar a su casa, nadie quiere ser atrapado en el toque de queda.

El metro se llena de una manera que los usuarios parados van montado boca a boca y los pasajeros tienen que auto exprimirse para que las puertas de los vagones cierren.

Esas atormentadas horas  sumergen a los ciudadanos en una desesperación  tan poderosa que cada uno quiere llegar a su casa a cualquier precio, todos saben que sí quedan atrapado en el toque de queda caerán presos y se le incrementará la posibilidades de infectarse con el covid en un celda con hedor a orina.

Cuando don  Luis vio la enorme fila para acudir al metro del kilometro 9,  decidió tomar un carro que hacia seña Los Mina por los elevados.

En el carro el chofer se olvidó del distanciamiento físico y metió dos pasajeros adelante y cuatro atrás.

El gordo que se sentó en la puerta estaba arriba de él y su cadera izquierda aprisionada contra la emergencia del pequeño auto  le causaba un dolor infernal, pero el deseo de llegar a su casa soportaba cualquier tortura

A los policías de la Diggesse se le ocurrió cerrar el  elevado de la Núñez y la intranquilidad de Don Luis  se incrementó a tal punto que no sentía el mal aliento del chofer, quien no paraba de hablar  y repetir los disparates que escuchaba en el Show del Mediodía.

A la 6:52  se desmontó en la iglesia San Vicente de Paúl, pero no había motoconcho  para llegar a su destino final.

En el camino escuchó una voz autoritaria que le dijo –Esta  detenido por andar en el toque de queda. Don Luis miro de reojo que traían uniforme de la policía  y dentro de sí dijo. –Si quieren apresarme tendrán que matarme.

Lentamente se metió la mano derecha en un bolsillo para sacar una navaja.

Antes de atacar a los policías uno de ellos dijo –Bendición Tío. Pablo su sobrino le  devolvió la tranquilidad.

En la madrugada Don Luis despertó pensando en la zozobra de todos los días y se preguntó sí valía la pena vivir de esa manera.

Después de  varias horas sin dormir  fue al baño y mientras le salía un caño débil, decidió no volver al trabajo, pero al regresar a la cama recordó que caer preso en el toque de queda no  era tan malo como  pasar el día con su mujer.

 

 

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