Los crímenes de Ciudad Oriental

Por Ramón Peralta

Sí algo le pasa a Cinthia todos sabremos a quien culpar

Una tarde macabra, en la que el cielo se teñía de un gris enfermizo y el viento silbaba entre las ruinas del pueblo, se tejió el destino de Fermina Ariza. Una joven de ojos profundos y sueños demasiado grandes para su modesta vida. Con mucho sacrificio había logrado comprar su vehículo, una pequeña joya de metal y plástico, que la llevaba cada mañana a la capital, atravesando un largo puente que dividía su pueblo, Ciudad Oriental, del mundo despiadado y bullicioso de la gran ciudad.

Fermina, por supuesto, no sabía que aquel puente, testigo de su cotidiano tránsito, también sería el escenario de su condena. Una noche, mientras cruzaba ese puente, vio algo que heló su alma: dos hombres en una motocicleta la perseguían con una mirada fija, calculadora. Sin embargo, el pánico no le llegó hasta que ella se estacionó en una plaza comercial muy concurrida, buscando refugio entre las multitudes. Los hombres, viéndola dentro del bullicioso centro comercial, decidieron no ejecutar su siniestra misión esa noche. Pero Fermina, agitada por la presencia de los desconocidos, sintió como si una sombra invisible la acechara.

Al llegar a casa, le contó el miedo a su madre, pero ambas llegaron a la conclusión de que todo había sido solo una coincidencia. No tenía enemigos, ¿verdad? No había razón para temer.

A la mañana siguiente, como todas las jóvenes del siglo XXI, Fermina se sumergió en las noticias del día a través de su teléfono móvil. Prefirió el periódico digital más famoso de la ciudad, un portal local que ofrecía noticias rápidas y jugosas. Entre los titulares, una noticia la paralizó: «Esther, joven de 25 años, asesinada en su hogar».

Esther. Otra joven, casi su reflejo. Las mismas características físicas, la misma edad, incluso el mismo cumpleaños. Se habían cruzado muchas veces en las calles sin conocerse, pero todos en la ciudad las confundían. Fermina, temblando, recordaba los detalles que las unían: ambas estudiaron la misma carrera, compartían aficiones, ambas eran alérgicas a la penicilina. Esther, la joven asesinada, había sido una sombra de su vida. Un eco. Y ahora, una víctima.

El pavor comenzó a apoderarse de ella. No podía dejar de pensar en los hombres de la motocicleta, esos sicarios que habían marcado su destino sin saberlo. No obstante, Fermina no cedió al miedo. Con determinación, continuó con su vida, aferrándose a la rutina que la mantenía alejada de la idea de ser la próxima. Pero, como un destino inevitable, 48 horas después, Fermina fue abatida. Dos disparos certeros, casi quirúrgicos, entraron en su cuerpo, exactamente en los mismos puntos en los que Esther había caído.

La investigación, tras los primeros momentos de confusión, reveló algo escalofriante. El carro en que Fermina se desplazaba había recorrido la misma distancia que la de Esther, y en ambas casas se encontró un gato de igual color, los mismos libros de Paulo Coelho, las mismas huellas de vida compartida sin conocer la otra. El horror de la coincidencia se expandió como una enfermedad, infectando a cada rincón de la ciudad.

Los sicarios, al ser arrestados, confesaron que la autora intelectual del crimen había sido una mujer misteriosa, conocida en los bajos círculos del crimen como «La Mano Siniestra». Una mujer que, en un arranque de celos y envidia, pagó para que asesinaran a una de las dos jóvenes. Pero, al matar por error a Esther, la mano siniestra  supuestamente les ordenó eliminar a Fermina, pues ella era la verdadera víctima. Y así, por pura casualidad, dos vidas fueron arrebatadas por una mano invisible que no descansaba.

El juicio, sin embargo, dejó al pueblo en shock. La falta de pruebas concluyentes y los errores en la investigación hicieron que «La Mano Siniestra» fuera declarada inocente. El dinero, el poder, y la corrupción ganaron una vez más la batalla contra la justicia. Los sicarios, en el juicio, cambiaron su versión de los hechos, y el caso se desvaneció en una nebulosa de silencio y desconfianza.

Pero la verdadera historia no terminó ahí. La mano siniestra,  exigió que el principal periódico de la ciudad borrara todos los archivos relacionados con el crimen, con el fin de limpiar su nombre. La directora de ese medio, conocida por su integridad, se negó rotundamente. La verdad, aunque amarga, debía ser preservada y ahora ella puede pagar los crimenes de su medio, que son informar de manera veraz y objetiva.

En medio de esa amenaza contra la libertad de prensa yo digo : si la directora tropieza en la calle, si su vehículo se estrella contra un árbol, si un rayo la alcanza o si se enferma de gripe, si sufre un dolor de cabeza inexplicable, si se intoxica con algún alimento o, por cualquier desgracia, se le rompe una simple uña, todos sabremos a quién culpar. Y esta vez, no habrá manera de que la justicia ignore el caso. La integridad física de la presidenta del medio de comunicación más poderoso del municipio, es ahora tan importante  como la vida misma de la ciudad entera. Si algo le pasa a ella, caerá toda la estructura que la rodea. La ciudad lo sabe. Y la ciudad no perdona.

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