Un diputado y su esposa salvan niña de 10 años

Por Ramón Peralta

Esta historia del diputado Rafael Castillo es tan real y sorprendente como la victoria de Trump en Estados Unidos, y demuestra que los miembros del congreso a veces se encuentran en situaciones inesperadas que pueden marcar sus vidas para siempre.

La  mañana de sábado que precedía las elecciones de los Estados Unidos, Estela, preocupada por el estado emocional de su hija Raquel, de 10 años, se sentó junto a ella y le preguntó:

— ¿Por qué no quieres comer, hacer la tarea ni jugar con tu tablet? La niña guardó silencio por un momento y luego le dijo a su madre:—Dile a mi abuelita que venga a buscarme.

Estela, algo confundida, respondió: —Sabes que no puede ir donde tu abuela porque está castigada. ¿O acaso se te olvidó lo que me dijo la profesora de historia sobre ti?

Raquel, con la voz quebrada, contestó: —Nunca más quiero ir a la escuela, prefiero el peor de los castigos antes que volver.

Durante el almuerzo, Raquel rechazó la comida. La madre le advirtió que si no comía, podría enfermarse gravemente. A lo que la niña, entre lágrimas, le respondió:—Lo único que deseo es morirme, porque no quiero ir a la escuela ni estar aquí.

Ante la situación, Estela decidió enviar a Raquel con su abuela ese mismo sábado, con el compromiso de que hiciera sus tareas escolares, que incluían una exposición sobre historia.

Raquel siempre había sido una estudiante destacada. A sus 10 años, era extrovertida, enérgica y sacaba buenas notas. Todos la consideraban una alumna ejemplar: tenía muchos amigos y nunca temía a los retos. Sin embargo, había un problema que solo ella veía: la materia de historia.

Todo comenzó cuando llegó una nueva maestra. Raquel empezó a sentir una extraña presión en su pecho cada vez que escuchaba la palabra «historia». Sus compañeros hablaban con entusiasmo sobre la profesora, pero Raquel no compartía ese entusiasmo. Algo que antes le parecía interesante se convirtió en un muro imposible de escalar. Cada vez que le asignaban una exposición, su mente se nublaba. No podía recordar los hechos históricos como antes, lo que la llenaba de ansiedad.

Antes, Raquel disfrutaba hablar frente a la clase, pero ahora sentía un miedo paralizante. «¿Y si no lo hago bien?», se preguntaba una y otra vez. Ese pensamiento la atormentaba día tras día.

Con el paso de las semanas, Raquel comenzó a aislarse. Ya no quería ir a la escuela, especialmente los lunes. Sentía temor de enfrentarse a su profesora y a las exposiciones que tanto la angustian. Se sentaba sola en el patio, observando a sus compañeros jugar, pero sin atreverse a acercarse. Sabía que algo estaba cambiando en ella, pero no entendía qué le ocurría.

Ese sábado por la tarde, mientras compartía con su abuela, Raquel rompió en llanto. Entre sollozos, le dijo: —Abuelita, no soy feliz con la historia este año. Me siento tan mal que ya no quiero ir a la escuela. Lo único que deseo es desaparecer.

Su abuela, con cariño, la abrazó y le dijo: —No te preocupes, todo cambiará. Volverás a ser feliz y a amar la escuela.

El domingo, la abuela preparó la comida favorita de Raquel, y por la tarde, la niña sacó su libro de sociales e intentó aprender la clase que tendría que presentar, la cual trataba sobre la civilización de un país de Oriente. Sin embargo, cada vez que intentaba memorizar un párrafo, su mente se quedaba en blanco.

Mientras la niña estudiaba, la abuela recibió una llamada del diputado Rafael Castillo, quien le preguntaba por su esposo, con quien había estado intentando comunicarse. La señora le explicó que su pareja tenía el celular dañado y que estaba en reposo debido a una lesión en el pie derecho que le impedía caminar.

Media hora después, Castillo llegó a la casa para expresar su solidaridad con el compañero de partido enfermo. Al entrar, vio a la niña sollozando en la mesa del comedor y se acercó para ver qué sucedía. Se presentó:

—Hola, soy Rafael Castillo. Raquel, entre lágrimas, respondió: —Soy Raquel. ¿Podría salvarme la vida? El diputado, sorprendido, le respondió: —Claro que sí. Cuéntame, ¿qué te pasa?

Raquel le explicó que no podía memorizar la clase de historia. Castillo le preguntó si le gustaba leer cuentos, y ella respondió que sí. Le narró algunos de los que más le gustaban, como «La Cenicienta», «Los Viajes de Gulliver» y «Moby Dick».

El diputado se dio cuenta de la gran habilidad de Raquel para la lectura comprensiva. La invitó a leer la clase de historia, y luego le sugirió que se imaginara a sí misma en ese lugar histórico. Después le pidió que le narrara las hazañas del rey Darío, pero sin intentar memorizar los datos; en lugar de eso, debía contarlos como si fuera un cuento.

En ese momento, Denny la esposa de Castillo, lo llamó para decirle que estaba lista para salir a la actividad que habían planeado. El diputado le respondió:

—No podré ir, estoy salvando a una niña.

Después de explicarle la situación, Denny, con su vasta experiencia como maestra, se unió a su esposo en la misión de ayudar a Raquel a superar su estrés escolar.

Castillo organizó una videollamada, y desde su casa, su esposa comenzó a motivar a la niña con dulzura, ayudándola a recuperar la confianza.

El lunes, Raquel se despertó contenta y ansiosa por la clase de historia. Su exposición fue tan brillante que la profesora, emocionada, le dio un abrazo. En solo dos semanas, se convirtió en la mejor alumna en todas sus materias.

Un mes después de aquella brillante exposición, Raquel estaba más feliz que nunca. El viernes pasado, su hermanito menor, Samuel, de 9 años, fue cuestionado por la profesora de formación humana, quien le preguntó cuál era la función de un diputado. Samuel, con su mezcla de inteligencia e inocencia, respondió:

—Hacer leyes y salvar a las niñas cuando no saben la clase de historia.

Nota: por razones legales usamos nombre ficticios para  los menores de edad

 

Facebook Comments