La noche que le entregué mi virginidad al presidente
Por Ramón Peralta
El día más erótico de mi vida, perdí la virginidad en presencia de mis padres, mis tres hermanos, una prima papelera, la vecina chismosa del barrio y un bizco que todas las noches iba a mi casa a ver como se marcaba mi pecho sin braséele, debajo de mi ropa barata.
Ocho meses ante mi novio Angelito le pidió mi mano a mis padres, quienes aceptaron con la condición de que solo podía visitarme los sábados, nada de beso con lengua, ni salida solo, no podíamos sentarnos en el mueble a gastarles los cojines, la regla más importante es que en cada encuentro conmigo debía estar presente mi familia y que todas nuestra conversación sea publica y decente.
Los días pasaron y mi novio logró encontrar el truco para ganarse la confianza de mi familia, les daba regalos baratos a mis hermanos, halagaba a mi mamá y a mi padre le hablaba siempre a favor del presidente de turno y en contra de un ex presidente que solo hablaba de su New York Chiquito
A los cuatros meses me visitaba casi diario y el día que no podía ir a mi casa, mi madre me preguntaba sí yo le había hecho algo a mi novio y mi papá no disimulaba su ansia de verlo entrar por esa puerta para que lo deleitara hablándole de los tatuajes del anterior gobernante.
Al quinto mes yo podía sentarme en las piernas de Angelito, pero con pantalones y mi trasero casi en la punta de su rodilla, luego siguió aumentando la confianza y podía sentarme en cualquier parte de sus piernas , sin importar mi ropa, siempre y cuando Angelito le hiciera coro a mi padre con una conversación idolatrando a Peña Gómez o defendiendo al guapo de Gurabo.
La mayoría de las veces mi novio prefería sentarse en el comedor y que yo por debajo de la mesa le tocara con mi pie izquierdo su potente órgano reproductor, mientras él le decía a mi padre que en la noticia francesa habían dicho que el anterior presidente era dueño de Carrefour
Los días de apagones, Angelito deslizaba por debajo de la mesa la palma de su mano derecha hasta llegar a mis entrepiernas, yo viajaba al cielo con solo sentir sus dedos como los de un pianista experto, tocando ligeramente el botoncito del placer, mientras él le decía a mi padre que los apagones son provocados por los cómesolos que están infiltrado en la CDE.
La noche que entregué la virginidad era un martes 15 de julio, el cielo estaba nublado y había un apagón general que aumentaba la tentación de pecar . El roce de los dedos de Angelito encendieron mi pasión con más fuerza que en días anteriores, la gran humedad que yo emanaba de la zona encantadora era un presagio del aguacero que esa noche iba a caer.
Cuando toqué debajo de la mesa su producto induveca, supe que Angelito estaba más potente que aquel rayo que iba a caer esa madrugada en la mata de coco de doña Dora
Con mi vestido corto me senté en su pierna. El apagón y la mesa del comedor evitaron que los presentes notaran que yo no tenía ropa interior
El roce semental con mi puerta de la delicia, me transportaron a un mundo mágico y peligroso.
Con una mezcla de dolor, picor y placer quedó sepultada mi virginidad.
Como un coro perfecto soltamos al mismo tiempo un alarido glorioso que se escuchó a dos cuadras y aun así los demás no se dieron cuenta, porque la culminación erótica coincidió con un potente trueno que ahogó el sonido de nuestras intensas pasiones.
Cuando volví a mi realidad me paré de la silla, sintiendo como se deslizaba la simiente de mi novio por esa parte baja que mi corto vestido cubría de manera precaria .
Entré a mi diminuta habitación, usé como toalla un trapo morado para secar mi entrepierna, que luego me vi obligada tirarlo por una ventana con vista a la cañada del leviatán , ya que los daños colaterales de ese momento de placer mojaron el trapo con una concentración similar a la clara de dos huevos de pato y a 10 pesos de mantequilla suelta.
Cuando terminaba de poner mi ropa interior escuché a mi madre discutir con mis hermanos, porque ninguno quería amanecer en la fila de la planta de gas.
En ese tiempo las filas para comprar gas eran enorme y había que amanecer haciendo turno para comprar el combustible de cocinar . En Los Mina habían jóvenes que hacían turnos con blocks o un tanque plástico y se lo vendían a la gente, pero en mi casa no había dinero para pagar turnos y mis hermanos varones no querían coger lucha en una fila de 14 horas.
Al salir de la habitación escuche a mi novio decirle a mami que su primo vendía turnos y podía reservarle uno gratis, pero debía ir alguien con él para identificarlo por la mañana.
En el año 2003 un ciudadano que no quería hacer fila iba de noche a la planta de gas y le decía a cualquier vendedor de turnos, resérvame ese para cuando yo venga en la mañana y le pagaba de adelanto la mitad del costo de ese lugar de la fila.
Mi novio nos iba a conseguir de gratis esa oportunidad, sin embargo mis hermanos alegaron de que va a llover y no aceptaron salir a mojarse.
Yo me ofrecí, mi madre quiso objetar que yo saliera de noche y sin luz, pero su odio a cocinar con carbón fue más fuerte que su instinto de proteger a la hija que en un mes cumpliría 18 años.
Esa decisión sin precedente de mi madre dejarme salir de noche me sorprendió tanto que mi mente viajó nueve meses atrás, cuando ni siquiera había besado un chico.
Yo fui criada con la rígida protección de mi madre, mi única salida sin ella era a la iglesia los domingo y me mandaba con una vieja chismosa llamada doña Juana, que desde que mi padre dejó de ir a misa era la vigilante que observaba cada movimiento mío en la parroquia
Yo conocí al monaguillo Angelito el último día que mi padre pisó la iglesia, aquel domingo mi progenitor abandonó la misa ante de tiempo, porque el párroco levanto el brazo, sosteniendo una rama de hierba, mientras gritaba ´´El burro que gobierna es culpable de la escasez de combustibles, del alto costo de la vida, de la quiebra de banco… No recuerdo que mas dijo, porque me concentré en ver a mi papá salir de la iglesia sin persignarse y lanzando improperios contra el sacerdote.
Sentí una agradable e intensa emoción de saber que en la siguiente media hora iba a estar en la iglesia sin esa compañía paterna que restringía mi libertad.
Al terminar la ceremonia penetré disimuladamente en la parte trasera de la iglesia y le pregunté el nombre al nuevo monaguillo, quien me respondió entre diente, mientras miraba a una bella chica del coro de la iglesia.
La cólera penetró como daga en mi pecho y con los labios tembloroso de la ira, le dije –Ella tiene novio y es policía.
El joven dijo –Lo sé ella es mi prima y además no me gustan las chicas bonitas ¿Cuál es tu nombre?
El inesperado giro de la conversación aceleró los latidos de mi corazón, los nervios no me permitían articular palabras, los botones de mi pecho se expandieron de felicidad, la pasión reprimida humedeció mi parte prohibida como el pantano de viernes 13.
Enmudecida de la emoción vi como miraba mi pecho, cuyos sostenedores comprados sin esponja en la reguera de abájate ahí no podían eclipsar las alteraciones de mis fresas.
-¿Cuál es tu nombre flaca, tienes frío?
La segunda pregunta me confirmó que ese joven demonio tentaba la debilidad de mi carne, se había fijado en la parte más sensible y erótica de mi cuerpo y de manera automática le dije – Dime primero el tuyo ante de yo darte el mío.
-Me llamo …
Una fuerza me impulsó a no dejar que él terminara, porque ante de darme su nombre yo lo había besado. Nunca imagine que mi primer beso sería por iniciativa mía y mucho menos a un desconocido.
La voz desesperada de mi madre me hizo salir hacia el salón de la iglesia
La alegría de verme sana y salva evitó que mi madre notara las alteraciones placenteras de mis dos fresitas.
Con voz sofocada me dijo
–Cuando tu padre llegó solo a la casa pensé que te había pasado algo malo, me imagino lo mal que te sentiste durante ese rato sola.
La voz de mi segundo hermano interrumpió los recuerdos de mi primer beso
-¡Acaba de irte a reservar el turno del gas!
Mi novio y yo salimos de la casa en silencio, ninguno quería tomar la iniciativa de hablar de lo sucedido esa noche.
Mientras caminaba pensaba sí después de esta noche en que se comió este bizcocho, él me iba a dejar. Mi sueño fue perder la virginidad en la luna de miel, llegar pura al matrimonio.
El miedo a ser desechada como papel de baño usado me angustiaba tanto que dos lagrimas rodaron por mi mejilla.
Me abrazo y me dijo al oído que hoy supo de verdad que me amaba. Sus palabras me desvolvieron y revivieron esa pasión que había perdido por unos minutos.
Comenzó de nuevo a llover y el único refugio de las lluvias eran los árboles del parque, pero luego se intensificó de tal manera que ante de los cinco minutos ya estábamos empapados.
La penumbra del apagón general, la soledad del parque y ese aguacero macho, desataron nuestras más oscuras pasiones.
El quiso levantarme el vestido, bajar la cremallera de su pantalón y hacerme el amor con ropas en medio del torrencial aguacero de agosto, pero no lo permití
Yo quería sentir su piel contra mi piel y sin pensarlo le quite la ropa hasta dejarlo como Adán en el paraíso. Sin ningún rubor me quedé totalmente desnuda en medio del pequeño parque
Mientras hacíamos el amor de manera intensa cayó un rayo que alumbró por completo el parque, abrí los ojos y me topé con la mirada lujuriosa del vecino bizco.
Cerré de nuevo los ojos, deseando que otro relámpago alumbrara de nuevo el lugar y llegar al límite de la emoción con el fuego de aquella miraba lujuriosa que deseaba mi cuerpo tanto o más que mi novio.
No tenía de que avergonzarme, porque la castidad no me la robó un hombre cualquiera, mi virginidad se la entregué al propio presidente de la Republica, quien gracia a la quiebra de bancos, la escasez de combustible y sus apagones nocturnos me hizo conocer el inmenso placer del pecado