Los cortesanos del Rey

Por Josefina Fernández
Los presidentes, los jefes de gobierno, los alcaldes y todo aquel que está al frente de una jefatura, sea nacional o local, tiene dos tipos de colaboradores: aquellos que con sus acciones le restan popularidad al gobernante y otros que se desvelan día y noche por mantener y defender la buena imagen de su líder.
Los colaboradores que se le suben los rangos a la cabeza, son usualmente egoístas y tratan de meter al gobernante en una burbuja de acero, donde no penetren informaciones fidedignas que ayuden al presidente a tomar buenas decisiones, porque temen perder su reinado cuando el príncipe abra los ojos.
Esos semidioses que sienten el favor del Rey, no escuchan a nadie, toman decisiones arbitrarias y su arrogancia lo hace abusar de su poder.
Se ensañan más cuando le dicen que su víctima tiene buena amistad con su Rey, ahí se vuelven más intolerantes y crueles, porque ven en cada amigo del Jefe un futuro rival y con un acto arbitrario golpean a ese aliado del Rey.
Ese acto malvado de un cortesano del presidente provoca que el agredido sienta que fue ofendido por el propio Jefe, ahí se cumple el refrán que dice ´´Cuando el perro ladra se castiga al amo´.´
En algunos casos, esos generales, jefes de tropas, ministros, condes o duques, favorecen a vagos que tienen bajo su mando y le cargan de trabajo pesado a otros que no son de su anillo; mujeres son víctimas en silencio del acoso laboral de esos demonios prepotentes y enemigos de la verdad.
Esos personeros engreídos que usan el poder para abusar, les dañan el trabajo a otros funcionarios y colaboradores pequeños, que sí cuidan la imagen y el proyecto de nación que tiene el prefecto del pueblo.
Lamentablemente, en todos los reinados del mundo existen los cortesanos sin sentido común, que dañan la imagen del Rey y a aquellos que colaboran por ayudar en la popularidad de su gobernante.
Como es imposible tener solo colaboradores que sumen, la única salida del Rey es buscar un equilibrio en ambos bandos, siempre tratando de darle un poco mas de poder a quienes trabajen con sentido común, el que no se ocupa de pensar en la imagen de su Rey, es porque es tan egoísta, que piensa que el proyecto no es colectivo, sino para beneficiarse solo él.
Los colaboradores sinceros de los príncipes quieren que su monarca sepa cómo piensa el pueblo, facilitan la cercanía de todo aquel que le sume al Rey.
Los petulantes son peligrosos, porque tratan de que el príncipe no se entere de lo que pasa en la sociedad y si el Rey permite que lo atrapen en la burbuja de acero y le pongan una venda, su juicio puede sucumbir y esos corifeos lo pondrán a tomar decisiones precipitadas cuando se trata de castigar a un ciudadano que cae en desgracia por un chisme y disposiciones muy lentas cuando se trata de beneficiar a su pueblo. Un Rey aislado y peleando contra sus aliados está condenado al fracaso.
Hubieron príncipes en la antigüedad que fueron derrocados, porque no sabían cómo pensaban los vasallos de su propio Palacio. La historia está llena de reyes que salieron al pueblo disfrazados de mendigos para saber que pensaban de su Rey y gracias a la voz del pueblo lograron saber preservar sus reinos y en muchos casos hasta salvar sus vidas
El príncipe exitoso es aquel que logra evadir el anillo y se mezcla disfrazado entre el pueblo o sube al autobús o al tren de la ciudad, como lo hizo Winston Churchill, en aquellas horas difíciles donde necesitaba orientación de la gente común para tomar la decisión más complicada de su vida, ese ejemplo de Churchill de romper el anillo fue decisivo en la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
El príncipe que es repudiado por su pueblo, es quien queda atrapado dentro del relato que le dan los adulones que dicen al monarca todo que sí y frente al pueblo y sus colaboradores son prepotentes mezquinos y crueles.
El gobernante más querido por el pueblo no es el más trabajador, ni el más noble de corazón, el Rey más querido por su pueblo es aquel que ningún cortesano puede cometer abuso en su nombre ni se deja engañar de lisonjeros, porque conoce entre sus funcionarios al cojo sentado y al ciego durmiendo.
El rey ingenuo que solo mira por los ojos de sus cortesanos, está condenado a terminar su carrera política como el gran Julio César, quien el 15 de marzo del 44 AC, los colaboradores de su círculo íntimo le besaban la mano y la frente mientras traspasaban su cuerpo con dagas mortales
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